Por Alejandro Dolina
"Cuando estoy sentado ejecuto toda la danza en mi mente. Si no lo hiciere, la vista de mi espalda aburriría al espectador".
Sus comienzos en la compañía del director Enrique Argenti no fueron muy prometedores. Se destacaba, eso sí, por su extraordinaria concentración: si tenía que disparar una flecha en el tercer acto, su arco ya estaba tenso una hora antes de la función; si moría en el primer acto, no había forma de hacerlo reaccionar hasta que los serenos que cuidaban el teatro lo arrojaban afuera.En 1957, un crítico se refirió a su actuación diciendo que el público no veía la hora de que Wilenski se fuera del escenario.
Los amigos del actor no lograron convencerlo de que el dictamen estaba referido a la fuerte impresión que dejaba la ausencia de su personaje.Después llegó la consagración. Los principales teatros se disputaban su participación para encarnar personajes que ya se habían ido o que todavía no habían llegado.Algunas veces, ni siquiera aparecían en escena. Eran sus interpretaciones predilectas. Pasaba largas horas maquillándose y encargaba costosos vestuarios.
Los espectadores lo ovacionábamos cada vez que un actor nombraba al personaje ausente. Con el tiempo, Wilenski empezó a exigir que tales menciones fueran más frecuentes. Al terminar la función, todos aplaudíamos de pie y él agradecía inclinándose oculto detrás de la coulisse.
Su mayor éxito fue sin duda Esperando a Godot. Lamentablemente, una enfermedad lo mantuvo en cama largos meses y debió ser reemplazado por Luis Pisano, un joven inexperto que el público no aceptó jamás.Hay que reconocer que la fama lo alteró. Sabedor del brillo de sus ausencias, procedió a ejercerlas en su vida personal.
Se hacía invitar a todas las fiestas del ambiente, solamente para no ir. En su casa, casi nunca lo veían. Sin embargo, la inasistencia absoluta es imposible. Uno siempre está en alguna parte.El actor se rebelaba ante esta realidad y procuraba atenuar al máximo los efectos de su presencia. Empleaba toda su energía en omitirse.
Durante algunas reuniones solía discutirse si Wilenski estaba o no estaba. Tales dudas, lamentablemente, invadieron su propio espíritu. Los parroquianos del bar "La Fragata" cuentan que algunas noches entraba con andar sigiloso y preguntaba a todos si no lo habían visto.
En 1979, un periodista suspicaz pretendió acusar a Argenti de haber despedido a Wilenski años atrás, para ahorrarse los altos sueldos que el actor cobraba. Pero el público no creyó en tales denuncias. Sus admiradores continuamos llenando las salas.
Acostumbrados como estábamos a no verlo, ni nos dimos cuenta cuando se retiró.
En 1992 le hicimos un homenaje. Nunca supimos si vino.
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