"Un momento de locura es la puerta abierta a años de confusión.
Un momento de confusión es el primer paso para días largos de disensión.
Un momento de disensión puede ser el camino para una absoluta división"
Creer en el cristianismo es una locura. No es como ninguna otra religión. La mayoría nos cuenta cómo Dios utilizó a sus “elegidos” para trasladar sus enseñanzas a los hombres. El cristianismo se atreve a decir que fue Dios mismo quien se apersonó en la tierra para ese propósito. Esa diferencia es crucial y convierte al cristianismo en una locura. Pero el cristianismo va todavía más allá. No solo dice que Dios se presentó como un ser humano más, sino que su propósito al hacerlo no era únicamente para dar sus enseñanzas a la humanidad, sino para redimirla y darle la oportunidad de una “vida eterna”. Esto también es una diferencia crucial y la convierte todavía más en una locura.
Lo que lo convierte en una locura total es el método utilizado para cumplir ese propósito. El Dios hecho hombre debía ser despreciado y morir de una de las peores y más dolorosas muertes. Su sangre debía ser derramada para que pudiese constituirse en un sacrificio que reivindicara a toda la humanidad.
Pero la cosa no terminaba allí. El Dios-hombre debía además vencer a la muerte y resucitar, volver a la vida, retornar de la tumba, vencer al mal, lo que le permitiría ofrecer a la humanidad la redención completa.
Y por loco que parezca, el cristianismo proclama que todo esto sucedió en la vida de un hombre de una pequeña e insignificante provincia del imperio romano, llamado Jesús.
La verdad es que, viéndolo fría y racionalmente, esta es una historia bastante inverosímil. Existen infinidad de razones por las cuales se podría cuestionar su veracidad e incluso hasta su existencia. Pero el otro lado de la moneda es que también existen evidencias que confirman al menos la parte material de la historia, además de las consecuencias históricas que ha tenido este suceso, que marcó la historia, por lo menos de lo que conocemos como la civilización occidental.
Al final es una cuestión de fe. No podemos probar con certeza siquiera la existencia de Jesús, no digamos su resurrección. Todavía no tenemos una máquina del tiempo para regresar a aquellas épocas a documentar lo que sucedió. Hasta la fecha, tampoco tenemos la evidencia de nadie más que haya regresado de entre los muertos y que nos cuente cómo es la cosa “del otro lado”.
Lo único cierto es que este hecho fundamental es exclusivo del cristianismo entre las grandes religiones. Y por lo mismo, lo enfrenta a uno a la disyuntiva de creer algo que a todas luces parece inverosímil, pero que es la creencia fundamental sin la cual todo el resto del andamiaje del cristianismo se desmorona.
La fe cristiana no es un seguro de vida -‑¡o de muerte!- para el hipotético "más allá".
No es una religión que traslada los problemas del mundo al juicio final.
No es un opio que adormece a los desheredados de la tierra con la promesa del nirvana eterno.
No es una doctrina narcisista para la perfección individual del alma.
No es una creencia teórica, ajena a la transformación de este «valle de lágrimas».
No es la hipoteca de media hora semanal de misa para tener la conciencia tranquila.
No es la aceptación de unos ritos sagrados que arrastren los puntos cardinales de la vida humana.
No es una religión sociológica, recibida y transmitida por herencia, como la lengua o el apellido.
No es un componente folklórico más del mosaico de la sociedad.
No es un depósito de verdades religiosas que se archiva en los anaqueles del entendimiento.
Una vez despejado ese múltiple error, que confunde el cristianismo con una religión alienadora del quehacer nuestro de cada día,
pongamos las cartas boca arriba sobre la auténtica fe cristiana,
que es una cuerda locura o una loca cordura.
O, mejor aún, una locura cordial.
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Esta semana hemos sido testigos de un cambio de paradigmas, con la elección de un Papa "cristiano", cosas que no sucede desde que Jesús le de nombre a uno de sus apóstoles mas fieles...Un Papa de "Mente abierta y Corazón creyente" tal como el titulo de su ultimo libro.
Existe una esperanza para lograr ese necesario cambio de consciencia, quizás el renacer del Cristianismo como lo prometieran los evangelistas con la metáfora de la "segunda venida".
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